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El devastador precio que pagan las mujeres y las niñas por la guerra en la República Centroafricana
- 12 Julio 2021
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BAMBARI, PREFECTURA DE OUAKA, República Centroafricana – No muy lejos del aeródromo de Bambari está el Campamento de Aviación para Desplazados Internos, donde las deterioradas viviendas de paja albergan a personas que han huido del conflicto que ha asolado la prefectura de Ouaka. Algunas personas han estado aquí desde 2014 y, aunque la violencia estalló dos años antes, su fin no está a la vista.
Según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas, hay más de 14.000 personas desplazadas en los campamentos de Aviación y PK8, en Bambari, la mayoría mujeres y niñas. Además de enfrentar graves barreras para cubrir sus necesidades de atención sanitaria y alimentación, también enfrentan la violencia sexual utilizada como arma de guerra.
Una mujer en el campamento PK8 recordó haberse encontrado con un hombre que emergía de la selva, machete en mano, exigiendo sexo. “Hui, pero él me atrapó y me golpeó con el machete en la cara. Comenzó a desnudarme, pero yo luché y grité con todas mis fuerzas. Me golpeó en los muslos, pero seguí gritando y resistiéndome. Finalmente se dio a la fuga cuando oyó que la población vendía corriendo a ayudarme. Tuve suerte, pero ese no fue el caso de otras mujeres que ya habían cruzado caminos con ese hombre. En este momento vivo con miedo”.
En 2020, el Sistema de Gestión de la Información sobre la Violencia de Género, un sistema de vigilancia que administran asociados humanitarios, incluido el UNFPA, registró 9.216 casos de violencia de género en todo el país, de los cuales el 24 % (es decir, 2.281) representaban la violencia sexual. Más de un tercio de esas acciones brutales fueron cometidas por miembros de grupos armados. Entre junio de 2020 y mayo de 2021, un asociado* del UNFPA documentó 619 casos de violencia de género; de 195 casos de violencia sexual, 136 se cometieron contra menores.
Algunas sobrevivientes conocen a sus atacantes. Simone* es una niña de 12 años que vive en el campamento PK8 y fue violada por su tío en junio. Finalmente regresó a la escuela; su tío está ahora en la cárcel.
Nema*, una joven de 14 años también del campamento PK8, había resistido las atenciones de un hombre de 56 años que quería casarse con ella. “Una noche, al regresar del campo, me esperó en el camino que habitualmente tomo y me violó. Nunca le dije nada a nadie”, relata. Mi padre se enteró después de que me llevó al hospital por el dolor en mi abdomen. Así me enteré de que estaba embarazada de un mes. Mi padre presentó una denuncia contra el hombre, que actualmente se encuentra en prisión”.
Aunque los atacantes de Simone y Nema fueron castigados, muchos circulan en libertad debido a la escasez de fiscales y tribunales para manejar el gran volumen de casos. Algunas familias de sobrevivientes llevan la “violación de venganza” a la otra familia. Otros casos se resuelven entre el atacante y la familia de la sobreviviente, especialmente cuando la sobreviviente era virgen y la familia es desesperadamente pobre, mediante unos USD 200 de compensación que se conoce como “costos de sangre”. En otros casos, cualquier apariencia de justicia sigue siendo tan escurridiza como la paz. Un padre cuya hija de 10 años fue violada por un hombre de 40 años presentó una denuncia, pero afirma que el agresor sobornó a funcionarios que lo liberaran.
El año pasado, en colaboración con asociados como el Ministerio de Promoción de la Mujer, la Familia y la Protección del Niño, el UNFPA distribuyó más de 9.000 kits de higiene femenina, que contienen suministros esenciales de higiene, incluidas toallas sanitarias, y 52 kits posviolación en todo el país, lo que ayudó a ofrecer apoyo en 2.600 casos de violación.
En respuesta a la incesante ola de violencia sexual, el UNFPA y su asociado, Iniciativa Africana para el Desarrollo (AID, por su sigla en inglés), establecieron un centro de ayuda en el Hospital de Distrito de Bambari (uno de los 12 espacios seguros para mujeres y niñas en Ouaka y otras cuatro prefecturas) y desplegaron una clínica móvil en mayo, que distribuye kits de higiene femenina a las mujeres vulnerables en los campamentos y se ocupa de casos de violencia de género. La clínica móvil no sólo identifica y trata a las y los sobrevivientes, sino que realiza sesiones de sensibilización con la esperanza de que una educación más amplia ayude a las comunidades a apoyarlas, en lugar de someterlas al estigma, la vergüenza o la discriminación. Las comunidades también son víctimas de una guerra ya cruel.
*Se han cambiado o excluido los nombres por motivos de privacidad y protección