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De niña casada a partera, salvando las vidas de madres afganas
- 10 de marzo de 2021
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CHISHTI SHARIF, provincia de Herat, Afganistán – A los 14 años ya estaba casada. Cuando cumplió 15 años ya había tenido su primer hijo; pero la historia de Amina Mansoory no termina de la manera en que con tanta frecuencia terminan las del matrimonio precoz y la maternidad. "Aunque mi padre me casó temprano, le pidió a quien sería mi esposo y a mis suegros que no me impidieran de asistir a la escuela", aclaró la Sra. Mansoory, que ahora tiene 23 años y dos hijos.
Según un informe del UNFPA, casi la mitad de las mujeres afganas de entre 15 y 49 se habían casado antes de cumplir los 18 años y, en 2015, casi una de cada siete mujeres había sido casada antes de los 15 años. Con frecuencia los matrimonios infantiles (definidos como matrimonios contraídos antes de los 18 años) anuncian el fin de la educación de la niña, lo que limita sus oportunidades económicas futuras.
Después de que la Sra. Mansoory sufriera un dolor insoportable durante su primer embarazo debido a la ausencia de una asistente de parto calificada y a la falta de servicios de salud reproductiva, decidió que un día ayudaría a las madres y a los recién nacidos. "Debería haber tenido una infancia plena. Debería haber disfrutado de mi adolescencia, pero perdí esas alegrías para siempre y, en cambio, sufrí un embarazo antes de que mi cuerpo estuviera listo”, recuerda.
Un nuevo propósito
En su comunidad tradicional, el distrito más remoto de la provincia de Herat, en el occidente de Afganistán, donde a las niñas se les niega la educación superior, la Sra. Mansoory fue la primera mujer en completar la escuela secundaria y continuar con dos años de capacitación profesional en partería. "Los ancianos de nuestra aldea estaban opuestos a mi decisión de ir a la escuela, especialmente cuando me casé y me convertí en madre. Lo consideraban tabú”, explicó, "pero mi padre era inflexible. Me dijo que ignorara lo que dijera la gente y que, en cambio, les mostrara la necesidad de la educación".
Ahora es la partera de la comunidad en una Casa de Salud Familiar del UNFPA, la única que presta servicios en su zona y las aldeas circundantes. Desde 2016 ha ayudado a traer al mundo a 524 bebés, ha realizado más de 900 visitas prenatales y posnatales y ha dirigido más de 800 sesiones de planificación familiar por sí misma. Sus suegros, que cumplieron su promesa de apoyarla en su educación, reconocen lo importante que es su trabajo, y cuando tiene que hacer una visita a domicilio, su marido la lleva en su motocicleta.
En defensa de una nueva generación
A medida que golpeaba la pandemia global de COVID-19 y aumentaba el riesgo de infección en su comunidad (se desconoce el número exacto de casos informados en su zona), los recursos para prevenir la propagación escaseaban, y ella contrajo el virus el verano pasado. “No pude trabajar de dos a tres semanas, pero justo después de mi recuperación volví a trabajar”, incluso supervisando las sesiones de sensibilización de la COVID-19. También sigue abogando por los derechos de las mujeres realizando sesiones para alentar el uso de los servicios de salud y el apoyo a la salud reproductiva mientras desalienta el matrimonio de las hijas menores de edad.
A veces atiende a jóvenes embarazadas (como lo fue ella una vez) y se alegra de poder ayudar a otras de la manera en que no la ayudaron en ese entonces. "Cuando tengo dudas, recuerdo cómo era mi vida", admite, "y eso me renueva la motivación para continuar trabajando para que ninguna mujer o niña sufra como yo".